A veces pienso que de tanto quererte, te he querido mal.
Otras veces recuerdo que tú quisiste poner condiciones al amor. Y eso para cualquiera es una mala opción, pero para una poeta es peor que un mareo después de una mala digestión, peor que la falta de adrenalina en una pésima atracción, la caída del argumento antes de empezar la función, la sensación de pérdida de tiempo absoluta después de intentar arreglar la disputa de algo que no tiene solución...
Porque no se puede debatir un sentimiento, no se puede rebatir un beso a menos que sea con otro beso y a veces hasta con un poco de sexo, o un mucho, eso ya depende.
No se puede medir el sufrimiento, no se puede justificar una caricia, no se elige cómo se mira, el corazón no pregunta antes de palpitar y puedes cuantificar las pulsaciones, pero jamás les pidas que rindan cuando tú quieres porque la cosa no va así.
No se puede fabricar la receta de lo que sabe a ti, y no necesito decirte que los sabores y los olores se pierden con el tiempo y que no se puede resucitar lo muerto.
Y entonces me doy cuenta de que... te he querido bien.
He llorado, he reído, te he besado, me he enfadado, te eché de menos, te quise y te odié a la vez, te miré cuánto podía, te abracé y te acaricié hasta gastar cada minuto, aproveché cada centímetro de tu piel y me deshice cuánto podía y más por ti. Y lo hice cuando debía: cuando lo sentía.
Te he querido bien.